Bailándole en la cabeza la idea de una prosperidad inmediata, el hijo está que rabia por invertir en una sociedad en comandita con tres de sus amigos. El padre trata de arrojar nueva luz sobre la a ventura , para lo que expone algunas consideraciones que el hijo deberá tener presentes antes de tomar una decisión tan importante.
Querido hijo:
He sabido que tu amigo Harold ha contactado contigo y te ha expuesto una fantástica idea para hacer mucho dinero dentro de otro sector industrial, muy diferente del nuestro.
Igualmente a través de radio macuto se me dio a entender que si se te ha invitado a que participes en dicha sociedad ha sido por la prosperidad de las empresas en que estamos tú y yo. Esto me induce a suponer que tus amigos dan por supuesto que una parte de nuestros beneficios vamos a destinarla a la financiación de su nueva empresa. Y después de valorar atentamente toda la cuestión logística, Harold y sus amigos sólo han encontrado razones positivas, por las que esa empresa ha de situarse en cabeza de su sector; no hay inconvenientes, ni aspectos negativos ni obstáculos de ningún tipo en sus planes, estoy seguro.
Es un aspecto curioso de la naturaleza humana y de nuestras ideas respecto a cómo ganar dinero el que seamos capaces de identificar todos los aspectos positivos en cuestión de media hora y que luego, con harta frecuencia, tengamos que pasar años y años de fatigas por haber pasado por alto los negativos.
Antes de que empieces a contar los millones que vas a ganar en esta aventura, voy a meterme donde nadie me llama y a decirte unas cuantas cosas que acaso te eviten el tener que contar tus pérdidas posiblemente en muchos miles.
Tengo curiosidad por saber por qué Harold y sus dos compadres ingenieros se han acordado de ti para invitarte a que te unas a su expedición. Considerando que su proyecto se centra en un campo de ingeniería especializada relacionado con la maquinaria pesada de construcción, me pregunto de qué forma se supone que tu particular talento empresarial pueda servirles de ayuda, especialmente en un campo tan diferente del nuestro, que —no hace falta que te lo recuerde— son los productos farmacéuticos.
Sin la más mínima intención de hacerte de menos, debo admitir qúe el primer pensamiento que me viene a la mente es el dinero de tu familia, ya que me parece que en todas las ocasiones en que las personas alumbran nuevas ideas empresariales tienden principalmente a resolver todos sus problemas de producción y comercialización, pero la mente se les queda bloqueada cuando llega el momento de buscar el dinero necesario para poner en marcha sus proyectos. Y después de que todo se ha dicho y hecho, sigue siendo el dinero lo que pone en movimiento sus entelequias.
Pero, suponiendo que la idea es factible, que tiene unas probabilidades excelentes de alcanzar el éxito y que te hipoteques en cuerpo y alma por correr detrás de esos millones que veis al alcance de la mano, ¿quién va a llevar la dirección de la empresa? Evidentemente tú no puedes, puesto que no estás técnicamente preparado para este tipo específico de actividades. Además, resultaría muy difícil aumentar nuestra eficiencia y beneficios si tú gastaras gran parte de tu entusiasmo y tu tiempo en pensar en otra empresa; más aún: la nuestra vería declinar su eficiencia y sus beneficios si repartieras tu talento en esta época de tu carrera empresarial.
Por todo lo cual me parece lógico pensar que habría de ser Harold quien dirigiera la empresa, dado que vuestra nueva sociedad no podría permitirse el contratar en los momentos actuales un director profesional cualificado. Y entonces, ¿qué tendrás? Pues a Harold que se gastará tu dinero, mientras tú te mantienes a distancia. Sería una buena solución si Harold supiera lo que ha de hacer. Con treinta y dos años de edad, puede que sea uno de esos hombres excepcionales que sin formación ni experiencia empresarial alguna saben instintivamente cómo dirigir una empresa. Pero me siento más inclinado a pensar que no. Me temo que las probabilidades están demasiado en contra en este caso.
Si invirtieras en diez proyectos como éste, acaso uno pudiera prosperar. El problema radica en descubrir, antes de que pierdas todo tu dinero en los otros nueve, cuál va a ser el que prospere.
Dejando aparte el hecho de que esta empresa que te proponen no queda dentro de nuestro sector (en el que cometemos errores a pesar de conocerlo) y de que Harold y sus compañeros ingenieros no tienen un ápice de experiencia empresarial, todavía nos queda el aspecto humano de este tipo de sociedades, que sólo se aprende mediante la experiencia, que en la mayoría de los casos no resulta muy halagüeña.
Serás uno entre cuatro socios iguales, solo que tú serás el que pone el dinero. Harold será el director, Charlie se encargará de las ventas y Fred de la fabricación del producto. Inicialmente, el esfuerzo de todos será muy intenso, al igual que la dedicación; todo el mundo aportará lo mejor que haya en él. Desgraciadamente y con el paso del tiempo, los cuartetos ven disminuir el entusiasmo y la dedicación de uno o dos de sus miembros, incluso aunque la empresa vaya bien. Resulta inevitable. Cuando la marcha se hace dura, esas semanas de 70 u 80 horas de trabajo terminan por hacer mella en alguien -o en la esposa de alguien—. Es «el principio del fin».
«Ese maldito Charlie gasta todos los días 200 dólares y tres horas en comer mientras que aquí estoy yo partiéndome el alma para sacar esto adelante!»
«j,Por qué voy a trabajar yo esta noche'? Los otros no lo hacen! Y para remate, de cada dólar que gano, setenta y cinco centavos se los llevan ellos!» Y luego vienen los clásicos dicterios que te dirigirían, en su fuero interno: «,Por qué tiene que llevarse ese hijo de su madre 25 centavos de cada dólar que ganamos, cuando él no aporta nada de nada?» La memoria de la gente suele ser muy mala. Tu aportación económica, que sirvió para poner la empresa en marcha, no tardará mucho en olvidarse. Enseguida descubrirás que lo que más les interesa a tus socios es preguntarte: «qué vas a hacer tú por nosotros hoy?»
Ahora bien, si estás empecinado en tu decisión de seguir adelante con esta sociedad en comandita, déjame que te señale algunas normas de procedimiento que pueden reducir considerablemente algunos conflictos que se presentarán en el futuro.
Una gran ventaja es que conoces muy bien a cada uno de estos colegas: su honradez, inteligencia y espíritu de trabajo. ¡Esto es muchol En mi opinión, deberías tratar con ellos todos los aspectos negativos que te he apuntado antes: los costes, sacrificios y realidades que entraña el trabajar horas y horas; las luchas que tenéis que estar dispuestos a emprender, puesto que a menos que esta empresa sea muy distinta de las demás, sólo podréis prosperar tras penosos esfuerzos.
Díselo por escrito de manera que al menos tengan que respetarte por haberles prevenido si todo vuestro castillo de naipes se viniera al suelo.
Luego viene la cuestión de la distribución de las acciones entre los socios. Harold y tú parece que sois los hombres clave, Charlie y Fred son necesarios, pero no líderes. Todos querrán tener una parte de la empresa. (Cómo si no ibais a contar cada uno de vosotros todos esos millones de beneficios?) Bien, existen formas prudentes de dejar contento a todo el mundo. Harold admitirá seguramente la idea de que él y tú deberéis poseer la mayoría de las acciones, digamos el 80 por ciento, repartido a partes iguales. Hasta aquí todo bien. Y tú que eres un hombre «de narices» mejor será que las uses ahora, si no quieres que luego te las hinchen puesto que has de decir a Charlie y Fred que su parte va a ser del 10 por ciento, cada uno de ellos. La amistad no tiene por qué mezclarse con los negocios y menos en esta fase, puesto que puede resultar una inversión devastadora, excepto en circunstancias harto raras.
Dórales la píldora ofreciéndoles repartir el 30 por ciento de los beneficios anuales antes de impuestos entre ellos tres, o sea un 10 por ciento para cada uno. Ahora cada socio tiene dos incentivos: una participación en la propiedad (estímulo que se desvanece rápidamente ya que, por lo general, no pone mucho dinero en las manos de nadie hasta que se ha prosperado y se han reembolsado los préstamos que haya tomado la empresa, cosa que lleva tiempo) y una participación en los beneficios que se cobra cada año —los cobros en dinero contante y sonante que todos esperamos por los esfuerzos que dedicamos a la empresa—.
Para evitar posibles disputas en un futuro, haz que tus socios se reúnan ahora contigo y con tu auditor y tu abogado, y estableced una fórmula para la valoración anual de vuestras acciones. Aparte de un divorcio, nada resulta más complicado que tratar de disolver una sociedad en comandita con alguien que se haya hecho a la idea de que sus acciones tienen un valor muy superior al que sería justo que abonaran los restantes socios. De manera que establece como norma que el valor de las acciones se determine anualmente, por si acaso alguien deseara vender las suyas en cualquier momento. De esta manera, quien quisiera hacerlo, tan pronto como empezara a abrigar la idea de dejar la empresa, sabría exactamente lo que iba a recibir, financieramente hablando.
Tienes que insistir, y no «de pasada», sino con toda firmeza, puesto que es tu dinero el que alimenta a la empresa, en que tus auditores y ahogados se encarguen de los aspectos contables y jurídicos de la empresa, actuando en nombre de ella siempre que sea preciso. Te dará un cierto control sobre tu dinero y sobre la forma en que tus socios lo administran.
Nuestra sociedad, la que tú y yo formamos, ha florecido gracias al mucho trabajo que le dedicamos y al cariño que nos tenemos. Si sigues adelante con esta nueva empresa. espero sinceramente que encontrarás una buena medida de ambas cosas en tus nuevos socios. Y permíteme que añada:
« ¡ Quien nada arriesga, nada gana»
Cariñosamente
TU SOCIO.